Biocidas naturales.
Esto no fue ayer, ni hoy, ni la semana pasada. Fue uno de
tantos días en mi jornada como aplicador de biocidas:
Era un restaurante, del cual nombre ni
dirección importan, siquiera se si todavía sigue abierto o funcionando. Era por
la mañana, antes del ajetreo para comenzar a preparar comidas y demás. Tenía un
aviso de que el local le había sido requerido el certificado de DDD por
sanidad, y el cliente en principio aceptaba que observó algún ratón.
La inspección para colocación de los cebos fue farragosa,
donde quiera que apoyara las manos (en cocina), éstas quedaban pegajosas, así
deducía que cualquier inspector que hubiera pasado por esas instalaciones, le
pidiera tal certificado, y seguro que si no le hubiera supuesto un trauma post
laboro, lo clausuraría sin dudar.
Ciertamente fue sorprendente el no observar mucho movimiento
de roedores, pero no obstante fui aplicando cebos estratégicamente por el
local. Cual sería mi sorpresa al comprobar el misterio de la falta de huellas roedoras,
y ésta no fue otra que dichos animalillos, los pobres, no esperaron a mi labor
para ser arremetidos, sino que sobre las cámaras altas de la cocina (dos al
menos), estaban estos disecados unos, agonizantes otros, y en los huesos
varios, la cocina había generado su propia estrategia de defensa: "la
Grasa", estaban todos pegados en la inmunda y asquerosa típica grasa de la
cocina mugrienta y vil. Pronto deduje que el hedor que merodeaba por el local
se debía a la autoprotección de la cocina contra invasores de más de dos
patas y peludos.
Esto me enseñó como la naturaleza es sabia, y aun en un
clima artificial, creado por los humanos, al final ésta predomina por su
sabiduría, pues sino, no quiero ni pensar el número de roedores que podrían
haber sido inquilinos del local.